Yo meditaba absorto, devanando
los hilos del hastío y la
tristeza,
cuando llegó a mi oído,
por la ventana de mi estancia, abierta
a una caliente noche de verano,
el plañir de una copla soñolienta,
quebrada por los trémolos sombríos
de las músicas magas de mi tierra.
...Y era el Amor, como una roja llama...
---Nerviosa mano en la vibrante
cuerda
ponía un largo suspirar de
oro,
que se trocaba en surtidor de estrellas---
...Y era la Muerte, al hombro la
cuchilla,
el paso largo, torva y esquelética.
---Tal cuando yo era niño
la soñaba---.
Y en la guitarra, resonante y trémula,
la brusca mano, al golpear fingía
el reposar de un ataúd en
tierra.
Y era un plañido solitario
el soplo
que el polvo barre y la ceniza avienta.
Una noche de verano
---estaba abierto el balcón
y la puerta de mi casa---
la muerte en mi casa entró.
Se fue acercando a su lecho
---ni siquiera me miró---,
con unos dedos muy finos
algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme,
la muerte otra vez pasó
delante de mi. ¿Qué
has hehcho?
La muerte no respondió.
Mi niña quedó tranquila,
dolido mi corazón.
¡Ay, lo que la muerte ha roto
era un hilo entre los dos!
Cuando murió su amada
pensó en hacerse viejo
en la mansión cerrada,
solo, con su memoria y el espejo
donde ella se miraba un claro día.
Como el oro en el arca del avaro,
pensó que guardaría
todo un ayer en el espejo claro.
Ya el tiempo para él no correría.
Mas pasado el primer aniversario,
¿cómo eran--preguntó--, pardos o negros,
sus ojos? ¿Glaucos?...¿Grises?
¿Cómo eran, ¡Santo Dios!, que no recuerdo?...
Salió a calle un día
de primavera, y paseó en silencio
su doble luto, el corazón cerrado...
De una ventana en el sombrío hueco
vio unos ojos brillar. Bajó los suyos
y siguió su camino...¡Como ésos!